para saber amarte eternamente;
precario mi intelecto, insuficiente,
me dejó sin amor en la acogida.
Me busca el frío en el día soleado,
me llena los instantes de mi cisma;
soy fuego de palabras, un sofisma.
Epílogo insensato atormentado.
Te lloro en el balcón de un precipicio
al dejarme caer hacia un recuerdo...,
y se confunde mi alma en quien la anhela.
Se le dio al tiempo vida, mi cilicio,
Elisa
ab/ 2011
Encuentro una nostalgia impresionante en este poema. Sin embargo nos debe quedar la gran satisfacción de saber que amamos a tiempo y sin medida.
ResponderEliminarUn abrazo
¡Eh, mi querida Ethel, lástima que no te invite a un cafeito! ;-)
ResponderEliminar¡Gracias por tu visita!
Lo dices tú amiga, "a tiempo y sin medida"... Una real opinión.
Siempre nos ilustra el sentimiento cuando escribimos, son ondas de energía que nos dirigen, pero mantienen un principio desde que el mundo sabe de la vida, aunque debe lamentarlo por lo que ésta le hace y por no saber amar como se merece, manteniendo su felicidad porque al fin y al cabo esto del vivir es una prueba de la energía que se transforma en algo maravilloso que siente , piensa, habla y procede, un préstamo para un rato y está muy mal aprovechado por quien es capaz de servirse de esos instantes que representa el brillo del polvo en la luz, por las ambiciones de una gran mayoría. Es una parte del sueño ''detrás de la cortina'' hasta que se vuelve para un agradable rato y lo echamos todo a perder en cualquier momento de confusión, Es allí donde reside la dualidad de lo que somos todos: bien y mal, continua lucha de un simbolismo que persigue al ser vivo y pensante, las células de un Dios vivo.
Un beso. Elisa