Estáis y se agradece

25/4/12

LA BICHA


Os contaré algo relacionado con una boa que merodeaba con nocturnidad en el hogar de mis mayores. Por entonces teníamos una pequeña granja al lado de la Cordillera de Los Andes, circundada por potreros de ganados, selva cerrada o montes de feraz vegetación, donde crecían cafetales y platanales silvestres y otros frutos. Era tierra prácticamente de nadie que ofrecía mucho peligro por la cantidad de alimañas que podrían haber en un lugar falto de cuidados.

Mi abuela no sabía que pasaba con sus gallinas, conejos de indias y hasta un pequeño cerdo que alguna vez se criaba para engordarlo. Decidió atarlo al pie que sostenía el molino de manubrio el cual se encontraba en la misma cocina. Al otro día sería su sacrificio y creyó que era el lugar más seguro.
La cocina era un lugar muy amplio y ventilado por la parte de arriba a través de malla de acero que daba a una parte del monte. Una rústica chimenea salía  por encima del fogón de leña hecho de ladrillo, pero acanalado para meter la misma por debajo de la rejilla de hierro que lo cubría, para que las ollas y otros recipientes descansaran sobre algo seguro sin volcarse. Durante el día permanecía la puerta que daba al pasillo principal de la cocina, abierta; y un gran ventanal por el que entraba luz con dobles alas de cierre cubiertas de reja y anjeo, para evitar la entrada de insectos u otros pequeños depredadores. En realidad todas las dependencias más seguras de la casa, estaban preparadas de la misma forma por seguridad.

Nadie se había fijado que debajo de la estructura donde se guardaba leña, en el mismo fogón, había un agujero que daba al camino de herradura por fuera de la casa, entre las altas yerbas que lo cubrían, precisamente detrás de esa cocina por donde pasaba el mismo y por donde se penetraba a los montes prácticamente llenos de maleza y arbolado muy alto, entre grandes extensiones de platanales, cafetales silvestres, cacao, mangos, guayabales, piñales y otros frutos. Entonces era terreno de nadie. A veces se recopilaba la leña de algunos árboles secos, también el café en canastas y algunos frutos para hacer bebidas fermentadas o dulces que se metían en frascas de cristal, pero había que lavar y limpiar todo minuciosamente y evitar las tarántulas antes de coger nada. El café era pequeño pero se mezclaba con el nuestro de grano mucho más grande. Todo era para el consumo de la familia y a veces para regalarlo a las amistades.

Mi abuela estaba muy preocupada porque no había ni rastros de los animales que morían, si acaso algunas plumas esparcidas por el suelo de los solares o el gallinero. Pero tenía los curies en jaulas dentro de la cocina que permanecía cerrada con candado por la noche, lo mismo que otras dependencias interiores de la casa al irnos todos a los dormitorios a descansar. Parecía increíble lo que pasaba porque no habían sitios visibles por donde se pudiese meter un depredador.

Así que recordando la sabiduría de sus mayores y sus consejos, mi abuela se apostó una noche de luna con una escopeta de dos cañones fuera de la casa, subida sobre una escalera delante del muro de la cocina. Mi madre preparó un termo de café y ambas estaban al  tanto de lo que pudiese ir y venir entre el camino y el monte cerrado. Mi abuelo sentado en el pasillo con un revolver vigilaba nuestro sueño ( En aquél tiempo era normal que se llevasen armas o se tuviesen dentro de las viviendas de campo)
Nosotros estábamos nerviosos y apenas si pegábamos ojo esperando a ver qué pasaba, turnándonos en la ventana que daban al exterior o el interior de la casa, aunque poco podíamos ver;  sí a nuestro abuelo fumando su tabaco mientras miraba  desde su sitio estratégico lo que pudiese pasar con la cocina abierta por si algo salía o se sentía ruido dentro de la misma. La luna favorecía el momento esperado. Podíamos ver  desde el otro lado de la casa una parte del cuerpo de  mi abuela sentada en lo alto de la escalera, fumando su torcido cigarro; pero no podíamos ver a nuestra madre que estaba sentada en una piedra que estaba al final del muro de la casa. Al otro lado estaba el monte lleno de oscuridad y de sonidos y aunque estábamos acostumbrados a ellos, de vez en cuando por el día nos dábamos una escapada para hacer travesía e ir al río Fraile, aunque nos lo tenían prohibido.

De improviso se escucharon dos tiros uno tras otro que se prolongaron repetidos en el eco, seguidos del grito angustiado de mi madre al ver que nuestra abuela perdía el equilibrio cayendo desde la escalera al suelo, pero vimos cómo caía de pie y sin hacerse daño. Había disparado dos veces seguidas. Nos despabilamos los tres hermanos recordando lo que se estaba tramando y temimos por quienes estaban allí fuera y porqué había gritado nuestro madre. Salimos corriendo hacia el pasillo general. Allí ya estaba nuestra madre llorando y temblando de miedo y nos abrazamos a ella, estaba preocupada por la caída de mi abuela y el temor de que la culebra estuviese aún viva; mi abuelo iba a zancadas hacia la parte exterior de la casa, alumbrándose con una lámpara de queroseno; parecía que su altura de un metro noventa de estatura era aún más larga en el reflejo de su sombra.

Abrazados a mi madre que apenas podía hablar y vimos otra sombra pequeña que entraba por detrás de la casa. Era mi abuela con la escopeta en la mano que venia hacia nosotros y le decía a mi abuelo al encontrarlo a su paso: "Abraham, tú, te encargas mañana de quitarle la piel que de algo ha de servir, lo mismo debes tapar el agujero tan disimulado que la muy comemierda utilizaba para meterse en la cocina. La he partido la cabeza a la bicha"... "Y ahora mismo vamos a ver antes de que llegue el día, algo que me creo que se ha dejado de recuerdo en la cocina"..."¡Rosa!" -grito a mi madre, "¡traiga la otra lámpara que yo me encargo del costal y de darles con la macana a los puñeteros, pues hay nidada y que se metan los niños en la habitación y no salgan!".

Por entonces era normal defenderse así de las alimañas que merodeaban por las pequeñas y grandes granjas de animales domésticos. Mi abuela se había quitado de encima la preocupación y había  matado a una boa de de casi cuatro metros de largo y a toda su prole.



Elisa



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¡Gracias por tu visita! Se sincero siempre no necesitas para ello excederte, sólo estimular a quien lo hace bien. Juzga la labor tanto si es escrita como si es un dibujo o pintura de su autora si la hubiese. Muchas veces entramos a un sitio y no hallamos lo que queremos... Es como quien busca sin suerte y entra en un castillo cuya figura se yergue en el paisaje. Es hermoso ver e imaginar detrás de sus muros lo que hay; pero ya dentro no existe nada y todo ha desaparecido a través del tiempo y se adueña el cacío, están sólo sus muros llenos de tristeza y de sombras, entonces nos queda la imaginación para sentir que cada día mientras esté de pie la luz solar o el firmamento lo llenará de estrellas o de luna de su ayer. A veces somos así algunos seres humanos, como un recuerdo que se escapa dentro de nosotros hacia lo que no existe bajo su techo y sabe permanecer en el corazón de todo universo. Ranita.